Esta oración tiene un problema grave: que no hace sentido. Sin embargo, tuvo que haber tenido algún significado para el autor, pues por algo la escribió. Según el entendimiento del análisis literario, el autor escribe una oración sumamente poderosa ya que presenta un mensaje impronunciable: “Que todo es de Dios y, mediante esto, que Dios decida mi futuro. No necesito más nada en la vida, salvo el amor y gracia de su intensa misericordia.” Es un mensaje que todavía hace llorar a los individuos, quinientos años luego de su escritura, por su simple belleza, pero también porque saben que no se puede cumplir.
El problema esencial no es el contenido, pues está claro, sino a quién y cómo lo dirigimos. Es común encontrar personas que la recen con sentido, como los jesuitas, pues están encadenados a esta filosofía y han decidido libremente entregar todo lo que tienen para estar más atentos a las maravillas de Dios.
Diariamente, repetimos esta oración en el Colegio, el único problema es que perdemos el mensaje y no lo cumplimos. Es una alabanza a Dios, a la creación y al alma, que tristemente hemos difundido en los pecados de la vida cotidiana. Solo cabe preguntarse si uno verdaderamente está dispuesto a entregarle todo lo que somos a Dios. No obstante, no es tan fácil decidirlo, pues en la palabra “todo” abundan diversas cosas. Por ejemplo, la familia, nuestras metas, nuestra libertad de decidir sí o no, la memoria, la voluntad, el placer, el dinero… por simplemente nombrar algunas. En una sociedad individualista, donde se valora el dinero sobre la vida o la comodidad sobre la moralidad, es imposible repetirla y si acaso la rezamos, lo hacemos porque nos está viendo la autoridad y queremos que vean que estamos cumpliendo las normas, aunque ni creamos en ella. No tiene ningún tipo de sentido decirle a Dios que se lleve nuestras comodidades, si es lo que valoramos más que nuestra alma.
La oración es una revolución del alma ante la sociedad, para poder obtener la Gloria de Dios. Por lo tanto, la pregunta es sencilla: ¿Verdaderamente somos hombres de palabra cuando rezamos? ¿Estamos dispuestos a perderlo todo para obtener lo mejor de la vida, el amor de Dios? Posiblemente la contestación de la mayoría sea no. ¿Por qué vamos a poner todas nuestras ganancias en juego por alguien que no sabemos si existe?
Y al momento que decimos no, perdemos nuestra integridad y sentido de palabra, permitiéndonos ser devorados por los placeres mundanos de la sociedad y masacrados a manos del dinero. Sin embargo, ¿qué pasa si decimos que sí y rompemos con los estereotipos agnósticos de esta sociedad? ¿Qué pasa si el precio del amor de Dios es retornarle todo lo que en un principio nos dio? Entonces, el amor de Cristo brillará en nuestros corazones y nos convertiremos en hombres de bien. Dios es misericordioso con los que le siguen y les llena el camino de grandes bendiciones. Somos libres de escoger nuestro camino y Dios nos va a amar eternamente. Seamos hombres y mujeres de palabra, permitiendo que Dios nos limpie el corazón y el alma, pues esto nos basta. Gracias a San Ignacio de Loyola, porque su oración nos lleva a conocer el camino para llegar a Jesús
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